Con una carrera cinematográfica que duró poco más de cuarenta años, Fritz
Lang es considerado uno de los mejores directores de toda la historia del cine
gracias a títulos como Metrópolis (1927), Perversidad (1945) o Los
Contrabandistas de Moonfleet (1955). Lang, nacido en Austria, inició su carrera
en el cine en Alemania, donde estuvo trabajando hasta que, a principios de los
años 30, se exilió a causa del ascenso del nazismo. Una de las últimas películas
que rodó en Alemania fue M, el Vampiro de Düsseldorf.
La ciudad de Düsseldorf vive atemorizada a causa de un asesino de niñas al
que la policía no consigue atrapar. Cualquier persona mínimamente sospechosa es
detenida y las redadas en los bajos fondos son tan habituales que los propios
jefes del hampa deciden buscar por su cuenta al asesino.
La primera película sonora dirigida por Fritz Lang fue esta intensa cinta
basada en los crímenes de Peter Kürten, un auténtico monstruo que mantuvo en
vilo a todo Düsseldorf a finales de los años 20 y al que se le atribuyen, al menos, nueve asesinatos.
En la película, el encargado de dar vida a este asesino fue el debutante Peter
Lorre, quien hizo uno de los papeles más recordados de su carrera componiendo a
un ser de aspecto inofensivo que vive dominado por sus impulsos criminales. Pero no quiero centrarme excesivamente en
Peter Lorre ya que, en este caso, el asesino no es el protagonista de la
película. Es más, ni siquiera lo son las víctimas porque, básicamente, lo que
vamos a ver en M, el Vampiro de Düsseldorf son las consecuencias de los actos
del asesino en la sociedad en la que vive y mata.
En M, el Vampiro de Düsseldorf no vamos a ver como el asesino mata a sus
víctimas, no hay sangre, no hay gritos, sólo hay imágenes y silencios (que
importantes son los silencios en esta película) que son lo suficientemente
impactantes como para que nos horroricemos pensando en lo que ese monstruo le
hace a las niñas. El asesinato de Elsie Eckman lo vivimos desde la
perspectiva de una madre que espera a una hija que nunca va a volver a casa y
sabremos que Elsie ha muerto no porque veamos su cadáver sino por la
constatación de su ausencia mediante los objetos que deja detrás. La muerte de
Elsie marca el inicio de una película en la que Fritz Lang hace un estudio de
como una sociedad vive presa del miedo. Como digo, el protagonismo no está
en el asesino porque lo que a Lang le interesa es enseñarnos como una comunidad
se enfrenta a unos hechos que remueven la conciencia de cualquier ser humano y,
para ello, el director pone el foco en tres grupos de personas: los habitantes de la
ciudad, la policía y el hampa.
No es difícil ponerse en la piel
de la gente de Düsseldorf y entender la psicosis que atenaza a esas personas.
Esa psicosis que les lleva a sospechar de todo el mundo y a buscar culpables en
cada esquina y de ahí a los linchamientos públicos hay tan sólo un paso. La
policía, hace lo que puede por dar con la pista de un asesino sigiloso y
cuidadoso como pocos y, por ello, intensifica los registros y las redadas,
provocando el malestar de los integrantes de los bajos fondos quienes optan por tomar cartas en el
asunto y buscar también al asesino, demostrando que este tipo de crímenes no son
tolerados ni por los que viven al margen de la ley.
En el momento en el que la trama
se centra en los intentos de la policía y el hampa por dar con el asesino y,
sobre todo, cuando el cerco se va cerrando sobre Peter Lorre, es cuando Lang
nos anuncia las alegrías que tiene reservadas para ese género nunca
suficientemente ponderado llamado cine negro. La caza al hombre a la que
asistimos en la parte final de la película es totalmente sobrecogedora y sólo
podía ser coronada con un final que nos hace plantearnos quien es el verdadero
monstruo.
M, el Vampiro de Düsseldorf es
una película dura que se beneficia de los logros del expresionismo
cinematográfico y del recién estrenado sonido para componer un juego de
luces/sombras y sonidos/silencios que no dejarán indiferente a nadie. Está
considerada como una de las obras maestras del cine de todos los tiempos y aún
no he conocido a nadie que no le dé el valor artístico que tiene. Cine con
mayúsculas.
PD: el personaje de Peter Lorre
tiene una marca distintiva que es una música que silba compulsivamente de la
misma manera que el conde Zaroff (El Malvado Zaroff, 1932) se toca la cicatriz
cada vez que se acerca el momento de matar. Esa música es un fragmento de Peer
Gynt de Edvard Grieg y, curiosamente, quien la silbaba en realidad era Fritz
Lang porque a Peter Lorre le costaba silbar durante tanto tiempo.
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