La vida en la
década de los 50 no tuvo que ser fácil. El mundo estaba aún recuperándose de la
tragedia de la Segunda Guerra Mundial, las imágenes de la devastación
provocadas por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki estaban frescas en
las retinas de todo el planeta y, por si no fuera poco, el miedo a una posible
escalada belicista entre las dos potencias del momento (EEUU y URSS) planeaba
en el ambiente. Este era el caldo
de cultivo propicio para que se gestasen películas como la que hoy nos ocupa: El Fantasma de
las 10.000 Leguas. Esta no es, ni de lejos, la mejor película de su década pero
refleja claramente ese ambiente de crispación en el que se vivía en aquel
momento. También apunta una constante que veremos en repetidas ocasiones en
otras películas coetáneas: todo es culpa de la ciencia porque la ciencia es la
que creo la bomba atómica.
En una tranquila
playa empiezan a aparecer cadáveres con unas extrañas quemaduras. Se habla de
un misterioso “fantasma” pero todo apunta a que un investigador oceanográfico
está detrás del asunto y las consecuencias pueden ser aún más grandes…
Efectivamente, la
culpa la tiene la ciencia. Ya hemos hablado de la figura del mad doctor, ese
científico que, en aras de la ciencia y el conocimiento, es capaz de llevar a
cabo los experimentos más terribles sin plantearse ni sus consecuencias ni sus
implicaciones morales. Ejemplo arquetípico de un mad doctor es Victor Frankenstein, el creador de
Frankenstein.
Los científicos
de las películas de los 50 también podrían entrar en la clasificación de mad
doctor. No suelen ser personajes malignos ya que sus intenciones son buenas. Normalmente tardan en actuar demasiado tiempo y cuando se dan cuenta de lo que han hecho, se arrepienten pero el mal ya está hecho. Muchas veces acaban pagándolo con su vida, bien
porque se sacrifican para solucionar lo que han provocado o bien porque su
experimento se vuelve contra ellos. En este caso,
como se suponía, el científico es el culpable. Sus experimentos le llevaron
a crear un rayo atómico que acaba causando increíbles mutaciones en criaturas marinas.
El bicho en si,
feo como un demonio, se dedica a acechar a todo aquel incauto que se adentra en
el mar. Como su origen es atómico, sus víctimas mueren a causa de la radiación
y de ahí las quemaduras que tienen los cadáveres. Lo curioso es que esas
terribles quemaduras no se ven en ninguno de los cuerpos que aparecen en la
película, pero ya sabéis, son cosas de la serie B. Dirige Dan
Milner, quien tuvo una efímera carrera como director lo cual no evitó que
rodase una de las películas más bizarras que yo haya visto jamás: From Hell It
Came, y entre el reparto destacan los televisivos y asiduos a proyectos de bajo
presupuesto Kent Taylor y Michael Whalen y Cathy Downs, a quien veríamos en esa
misma década en The She Creature y Missile to the Moon.
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